En Monte Grande, en la zona sudoeste del conurbano bonaerense, está por instalarse el «pesebre» de una posible revolución tecnológica mundial: una petroquímica… sin petróleo.
Allí, Química True (una veterana pyme nacional) -con gestión de la Fundación Innova-T, una agencia de extensión del Conicet, más un crédito de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica- tratará de darle un verdadero giro copernicano a la petroquímica actual: montará una planta piloto para transformar etanol (alcohol vegetal) en diversos fluidos industriales que hoy se hacen a partir del petróleo y que se venden a la industria automotriz.
«No parece una noticia que haga ruido -dice el presidente de Innova-T, doctor Roberto Marqués-, pero lo es. Si esta plantita mañana logra hacer etanolaminas, etóxidos y glicoles a partir de alcohol, pasado mañana podría fabricar también polímeros, plásticos y todas las familias de productos de la petroquímica. Pero, y ésta es la diferencia, lo hará sin usar una gota de petróleo. Vamos a seguir practicando la misma química del carbono que durante el siglo XX, pero ahora la materia prima ya no la pondrá la geología sino la agronomía.»
«¿Y por qué sustituir el petróleo?», se pregunta la doctora Norma Amadeo, del Laboratorio de Procesos Catalíticos (LPC) de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. «Porque el petróleo argentino se acaba en 2014, y el que queda en el resto del mundo tiene fecha de expiración para alrededor de 2040, y además viene desquiciando el clima planetario, y por último está cada vez más caro. Por eso queremos reemplazar el «carbono negro», de origen fósil, con «carbono verde», de origen vegetal, que las plantas tomaron del aire por fotosíntesis.»
«El carbono verde es el que ya está en el inventario de la biosfera», añade el doctor Gustavo Bianchi, químico y científico de materiales surgido de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y director tecnológico del proyecto. «Si quemamos o liberamos carbono verde a la atmósfera, no modificamos ese inventario. Lo que entra en la atmósfera por combustión sale de ella por fotosíntesis: como una suma constante de plata que circula entre dos cuentas corrientes. En cambio, cuando inyectamos carbono negro, es decir, geológico, es como traer plata que estaba fuera del sistema, olvidada en una caja de seguridad.»
Esta iniciativa alcoquímica empezó en 2004 cuando, también con la mediación de Innova-T, la Argentina le vendió en 400.000 dólares a una química española el Laboratorio de Procesos Catalíticos (LPC), un sistema portátil desarrollado por el ingeniero Miguel Laborde, de la Facultad de Ingeniería de la UBA, para convertir alcohol en hidrógeno ultrapuro, destinado a un submarino movido por una celda de combustible.
Puede parecer curioso que un desarrollo energético, como el del LPC, esté originando ahora otro enteramente distinto, de tipo químico. Pero, como explica la doctora Amadeo, el conversor consta de tres etapas catalíticas, y a la salida de la primera, un «reformado» a alta temperatura, el alcohol se ha convertido en un «cóctel» de gases (monóxido y dióxido de carbono, metano, hidrógeno y agua), llamado «gas de síntesis» en la jerga industrial. Este gas de síntesis es, desde hace un siglo, la materia prima por excelencia de la industria petroquímica.
En la aplicación energética, ese gas de síntesis «sigue viaje» por dos etapas catalíticas más, hasta salir transformado en hidrógeno ultrapuro, listo para generar electricidad y movimiento. Pero en la aplicación alcoquímica, el gas de síntesis puede usarse, en teoría, para hacer todas las familias de productos de la petroquímica actual, incluidos fertilizantes, plásticos, pinturas, fibras textiles y una larga lista de etcéteras.
Para la jefatura técnica de un proyecto que intenta comenzar a independizar al mundo industrial del petróleo, Innova-T eligió, paradójicamente, a un manager del área petrolera como el citado Bianchi, nombrado «Hombre del año» por el suplemento Enfoques de este diario a fines de 2003, debido a sus contribuciones sobre ideas nucleares y espaciales, desde la empresa Invap, a la tecnología de perforación y servicios de pozos. El citado eligió a Química True como «pata industrial», y con todo este bagaje de ideas, talentos y capacidad productiva, Innova-T gestionó un crédito de la Agencia de Promoción Científica.
True hace productos de «blending» a partir de materias primas importadas: etilenglicoles, mono, di y trietanolaminas, etóxidos de alcanos y alquenos, y otros compuestos que el público jamás ve en forma pura. Tales insumos se mezclan de diversos modos y en diversas proporciones para obtener anticongelantes para radiadores de autos, anticorrosivos para aceite de frenos y otros «repuestos», como se llama a estos líquidos en el mercado automotor. Sus clientes son Ford, Toyota, Volkswagen, GM, DaimlerChrysler (ex Mercedes-Benz) y Renault.
A True le interesó la propuesta de Bianchi: si las cosas salen bien, podría ahorrarse la compra de insumos importados, hoy doblemente encarecidos por el fin de la paridad «uno a uno» y por estar atados a los precios rampantes del petróleo, cuya suba parece inatajable. Pero, además, este proyecto le permitiría pasar de ser una química de «blending» para volverse una «de síntesis», que es como subir tres o cuatro eslabones de golpe en la cadena alimentaria.
Dos años después de irrumpir en el escenario tecnológico el LPC, hay dos proyectos estratégicos paralelos en marcha: uno, en energía limpia; otro, en petroquímica sin petróleo. Volviendo a la metáfora inicial de esta nota, está instalado el pesebre.
Y lo más interesante es que, cuando aparezcan patentes, como dice Marqués, muchas pueden ser argentinas.
Por Daniel Arias, para LA NACION
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