La necesidad de buscar formas alternativas de combustión para preservar mejor el planeta, junto a la alta productividad y eficiencia del campo argentino, constituyen los incentivos básicos para que un país como la Argentina impulse el desarrollo de la bioenergía.
Un recurso escaso y no renovable —como lo es el petróleo— finalmente se acaba. Pero antes de hacerlo comienza a dar señales de que eso, tarde o temprano, sucederá. Es eso lo que está empezando a suceder en muchas partes del mundo.
Pero no es lo único. La demanda de petróleo no deja de crecer, impulsada por la lógica misma del capitalismo, y exige definiciones concretas para no agudizar los conflictos. Algunos piensan que el futuro energético estará ligado al hidrógeno, otros a la energía solar. Pero ya nadie duda del reemplazo progresivo de los combustibles fósiles por otros renovables. En ese largo proceso de cambio —se sostiene— los combustibles de origen vegetal o animal jugarán un papel clave.
Desde el punto de vista ecológico, la producción de bioenergía jugará un papel crucial. Los combustibles fósiles -como el petróleo- liberan dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, contribuyendo decididamente al calentamiento global del planeta. Pero, la utilización de bioenergía en lugar de petróleo o carbón, contribuiría a frenar el proceso de cambio climático que vivimos, pues el CO2 se recicla en forma continua gracias a la fotosíntesis de los mismos cultivos a partir de los que se generó el biocombustible (soja y maiz, principalmente).
El país tiene desde hace poco una Ley Nacional destinada a promover los biocombustibles (a reglamentar), y el compromiso del Ejecutivo de generar desde la gestión las condiciones que hacen falta para que los proyectos de inversión que ya funcionan puedan llegar a buen puerto (en los dos sentidos del término) y para que se establezcan otros de cara al futuro. Entre enero de 2005 y agosto de 2006 se anunciaron 13 proyectos con un monto estimativo de 285,5 millones de dólares de inversión.