El periodista, profesor y escritor uruguayo Leonardo Haberkorn provocó un auténtico revuelo al anunciar en su blog que no dará más clases de periodismo en la universidad en la que trabaja desde hace varios años. Su principal argumento: se cansó de pelear contra el uso de los celulares de sus alumnos en clase.
Podría pensarse que tal vez se trata de una persona muy mayor a quien le viene costando insertarse en esta realidad digital que se impone minuto a minuto. Pero no. El profesor en cuestión tiene 53 años, es usuario de Facebook, de Twitter y de WhatsApp, tiene un perfil en Linkedin y sabe bien cómo optimizar los recursos que el mundo virtual pone a nuestra disposición. Su relato estremece y llama a la reflexión. De hecho, confiesa que no quiere ganar popularidad y que por ello ha rechazado muchas invitaciones a entrevistas para debatir la cuestión. Realiza su propia autocrítica en tanto no es de extracción docente, pero no por eso deja de señalar una preocupante lista de cuestiones asociadas al uso de dispositivos digitales en el aula de la que se han hecho eco cientos de profesores tanto de Uruguay como de otros países que le expresaron su solidaridad.
Recuerda con nostalgia que, hasta hace unos años, lograba con éxito convencer a los alumnos, universitarios, de que dejaran de lado el teléfono durante los 90 minutos de clase. Ya no. Tal vez las instituciones educativas debieran aunar esfuerzos e invitar a que los celulares quedaran en un lugar especial al ingresar al aula, no como un hecho aislado, sino como una política consensuada acorde con los tiempos. Denuncia el escritor que son muchos los eslabones de la cadena educativa que no funcionan bien en este campo, pues los maestros muchas veces renuncian, por ejemplo, a corregir aún las faltas de ortografía y errores en los nuevos lenguajes utilizados en las redes. Lejos de combatirlas, reconoce que se trata de maravillosas herramientas, pero que los jóvenes, al igual que muchos adultos, no resisten la tentación de la conexión permanente y que ha comprobado, con dolor, que no evidencian el mismo interés por cuestiones de la actualidad más elemental que se les escapan.
Desde nuestras páginas, una cronista relataba los hábitos estivales de los llamados millennials o integrantes de la Generación Y, destacando el abismo que los separa del mundo de los adultos, desconcertados testigos del vértigo de las transformaciones digitales. Nuevas redes como Phhhoto, para selfies en movimiento, superan por momentos a la tradicional y estática Instagram. Todo se comparte por Snapchat, con un lenguaje y códigos propios y que espantarían a los más pudorosos a la hora de establecer lazos afectivos. Kiwi ya no es sólo una fruta, sino una red social que sirve para preguntar lo que se quiera a quien se quiera, también desde el anonimato. La tecnología define sin duda sus identidades. La realidad de estos jóvenes transita por las redes. Asistimos a un cambio de paradigmas que, lejos de detenerse, acelerará su marcha.
Una vez más, instamos a padres y educadores a trabajar de manera integrada para que los jóvenes no queden solos frente a un entramado que puede también encerrar graves peligros para su seguridad y para su estabilidad emocional. Sin horrorizarse. Sin criticar. Aprendiendo a ponerse en los zapatos de quienes de una manera diferente a la que utilizaron sus padres buscarán incorporarse lentamente al mundo adulto. Con respeto, acompañando, orientando, aconsejando, estando cerca y abiertos al diálogo para desarrollar en ellos un sentido crítico que los eleve por encima de la mediocridad. En los nuevos códigos, un pulgar para arriba, el inestimable like, a la propuesta reflejaría un interés genuino por adaptarnos como sociedad a un futuro plagado de desafíos.
Fuente: LANACION – El síndrome de estar siempre conectados