Por Florencia Mallagray E-mail: florenciamallagray@gmail.com
Hace dos años y medio que vivo en Buenos Aires, y aunque cada vez me cuesta más, todavía la sigo viendo con ojos de turista. Con avenidas desbordantes, con tanto para mostrar. Aunque su ritmo incansable te nuble esa mirada “desde afuera”. El encanto inmenso que condensa, rebasa las fronteras de lo cotidiano y finalmente termina hipnotizándote como la primera vez.
Buenos Aires. Implacable. Inmensa. Un monstruo urbano. Buenos Aires desbordada, incontrolable y nocturna. Buenos Aires anfitriona, soleada y amable. Pintoresca y visual. Sabe como mostrar sus encantos, sin esconder del todo sus miserias.
Ofrece al turista una sonrisa plena, cálida y distinta.Los tiene en cuenta, pero no tarda en cometer un desliz y por sus grietas deja ver una realidad tajante.
Buenos Aires encantadora y deslucida, nueva y cansada a la vez. Buenos Aires glamorosa y elegante a los ojos del mundo . Tan barrial y chabacana en la intimidad. Buenos Aires tan dual, tan real
Lejos de alejar al que la camina, lo acerca más, lo hace parte contándole sus problemas, sin perder una gota de encanto.
Como una diva de la calle Corrientes muestra el brillo de la noche y te encandila, dejándose ver luego de entrecasa y a cara lavada. Hecha de carne y hueso. El ruido de todos y el paso agitado de miles en silencio son aplausos de un teatro lleno y el solitario contraste cuando acaba la función.
La mirada perdida entre la muchedumbre que habla y no te dice nada, da un giro brusco y entra a un cafetín que, a puro cortado y medialunas de manteca, te envuelve y te devuelve el espíritu en tanta vorágine.
El día dobla la esquina y se prepara para el viaje. Y aunque cuesta un poco, Buenos Aires, aún camino “de turista” por tus calles.